Los términos «Dios» o «lo Divino» han sido en todo momento una expresión del anhelo de realización vital de los hombres.
Desde el filósofo Immanuel Kant (1724-1804), las nociones y concepciones sobre Dios han sido reconocidas como una transgresión de la razón en el ámbito de la trascendencia. Lo trascendente es aquello que está más allá del tiempo, el espacio y la causalidad. Este «más allá» no puede ser concebido mediante la razón, ya que ésta sólo puede pensar en términos de espacio, tiempo y causalidad. La razón sólo puede percibir el mundo de los fenómenos, que se clasifican en estas categorías.
La Cognición de lo Divino de Mathilde Ludendorff, ampliando la visión kantiana, consiguió demostrar que el hombre posee otro órgano de conocimiento además de su poder de pensamiento y juicio: el Yo, que intuye y experimenta lo Divino (das gottahnende/gotterlebende Ich). Este Yo es capaz de experimentar y reconocer intuitivamente a Dios, lo Divino, la esencia de todo fenómeno. La armonía con lo Divino, incluso de forma permanente, es posible y es una decisión completamente libre del individuo.
Ya Platón (-427 a -347) hablaba de «intuir la esencia del alma». Mathilde Ludendorff (1877-1966) consideró a Dios como la esencia de todo fenómeno. La esencia (das Wesen) es aquello que es realmente, lo único real. Friedrich Schiller (1759-1805) hacía referencia a una voluntad que «teje más allá del tiempo y del espacio». Mathilde Ludendorff consideró esta voluntad, la «voluntad de conciencia de lo Divino», como la causa y razón de la génesis de la Creación.
La Cognición de lo Divino responde a los eternos interrogantes del enigma de la vida: sobre su significado divino, el sentido de la imperfección humana, de la libertad de voluntad y de la mortalidad (entendida como la ineludible muerte por envejecimiento según la ley natural). Mathilde Ludendorff reconoció la experiencia consciente de lo Divino, de la esencia de las cosas, como el objetivo de la Creación y como sentido de la vida humana.
La filosofía de Mathilde Ludendorff considera a los distintos pueblos del mundo como manifestaciones únicas e insustituibles de lo Divino. Su mayor expresión son, sobre todo, las diferentes costumbres y culturas. La variedad es una característica fundamental de toda la Creación. De ahí se deriva el sentido e importancia de la preservación de los distintos pueblos.